miércoles, 22 de abril de 2009

Las Cuatro Vidas de un Cortinero



A mi me gustaban las persianas de mi casa, pero a mi madre no. Con este simple motivo -imposible de refutar o discutir-, mi padre y yo nos dimos a la tarea de sustituirlas por elegantes -aunque algo afeminadas- cortinas que junto con sus cortineros, fueron adquiridas en Laredo -y cuya adquisición representó una ardua operación de búsqueda.

Comenzamos la labor, armados de taladro, lápiz, tornillos, rondanas, los inútiles tornillitos dorados del cortinero, y los ganchos para colocarlo. Y es a partir de aquí que comienza la triste historia del empeño suicida de un cortinero.

La primera vida del cortinero fue la más corta. Inmediatamente después de haber taladrado, horadando en la pared con toda la determinación de nuestros obreros corazones, atornillado con la fuerza de nuestra hombría, y colocado con la firmeza de la relación padre-hijo, pudimos colocar sin mucho problema el artilugio. Y cuando colocamos la cortina, los avezados ojos de mi madre notaron que quedaba rabona, por lo menos diez centímetros arriba del piso.

“Pónganlo diez centímetros más arriba.”

Ahí fue la primera caída del cortinero, provocado por nuestras propias manos. Marcamos diez centímetros arriba del primer agujero. Y taladramos de nuevo, atornillamos, y colocamos otra vez. Ahora sí quedó bien, aunque la pared quedó como alfiletero.



Descansamos por unas semanas. Hasta que se cayó.

Estaba yo acomodando mi cama inocentemente, cuando esquivé de pura suerte un cortinerazo mortal sobre mi cabeza. El 'che cortinero se había caído sin mayor explicación. Y ahí voy de nuevo, esta vez sólo, dedicando mi tarde a reparar el daño. Una vez más lo levanté, y cuando me dí cuenta de que el taquete estaba flojo, le coloqué uno nuevo y afianzé esa cosa otra vez en su lugar.

Tercera caída: dos semanas después. Me fui a trabajar con todo en orden. Pero cuando volví, agotado, el cortinero había sido derribado y pendía de un sólo y raquítico tornillo. Mi grito de desesperada negación fue escuchado seguramente por los lectores, pues tal angustia sobrepasa la distancia.

Mi tío nos hizo el favor de repararlo mientras no estábamos. Le quedó bien. Excepto que accidentalmente lo puso en el agujero inferior, el que estaba diez centímetros más abajo.

Con el remiendo aguantó el fin de semana. No fue sino hasta ayer que mi padre y yo volvimos a la tarea. Esta vez le hicimos un taquete, atornillamos y todo lo demás. Hasta el momento de escribir estas líneas, la ch*ngadera esa sigue firme.

Más le vale.

2 comentarios:

protaro dijo...

es la maldicion...

se caerá y se caerá y se caerá hasta que no cumplan lo que ella quiere.

casacelis dijo...

Kaiser,

Yo a veces prefiero pagar a alguien que lo haga(y que conste que pa nada tengo lana) ó, de plano si primero me doy una vuelta pa ver a que altura y márgenes han puesto otros porque sí, poner un cortinero también tiene su chiste.

=)

Salu2!