lunes, 13 de abril de 2009

Crónica: El fin de semana en que el abuelo murió

El día Miércoles 8 de Abril, en la mañana, estaba trabajando cuando recibí una llamada de mi padre: Mi tío le había avisado que mi abuelo estaba en el hospital. Sin pérdida de tiempo nos desplazamos a la ciudad de Monterrey.

El día Jueves en la noche, su condición no había cambiado: Neumonía. Su edad hacía difícil una operación quirúrgica, por lo que se decidió mantenerlo en observación. Mis padres decidieron pasar la noche en el hospital, y tuvieron que obligarme a irme, pues preferían que yo descansara y estuviera listo por si necesitaban algo.

El Viernes, a las 8 de la mañana pasé a recogerlos. Exhaustos por la noche en vela, se durmieron a medio camino de casa, y pasaron las siguientes cuatro horas descansando. Fue a partir de la llamada de mi tío al mediodía que las cosas se pusieron difíciles.

Mi tío pidió que buscáramos a una tía que tenía dificultades personales con el resto de la familia, para que fuera a ver a mi abuelo. Esto me dio mala espina. La invocación de los familiares es indicador de gravedad.

No pudimos comunicarnos con mi tía por teléfono, ni con su hermana, por lo que yo decidí ir personalmente a avisarle. Mi madre se ofreció a guiarme, ya que yo no conocía el camino. A mi padre tuvimos que rogarle para que se quedara a descansar, pues estaba muy inquieto.

No habían pasado quince minutos de que lo dejamos solo cuando nos llamó: Mi abuelo acababa de fallecer.

Fueron entonces 45 minutos de angustia, de desesperación, al no encontrar a mi tía, al tratar de llegar lo más rápidamente posible al hospital, de correr buscando a mi padre para darle consuelo.

Llegamos al mismo tiempo que otros grupos de familiares. Entre llantos y gritos, empezaron los preparativos: La funeraria, el acta de defunción, los trámites del hospital. Fue entonces que mi primo y yo nos ofrecimos de voluntarios para identificar el cuerpo.

Fue horrible. El cadáver de mi abuelo había sido trasladado al sótano del hospital, a la espera de la carroza fúnebre. Yacía dentro de una bolsa, a la que casi tuve que arrancarle el cierre para poder abrirla.

Mi abuelo me miraba con ojos vacios desde el interior. Su boca estaba abierta, y yo no me atreví a cerrársela por miedo a dañar la mandíbula del cuerpo. Lo que sí pude hacer fue cerrar sus ojos, que mi tía, en un ataque de desesperación, le había dejado abiertos, pidiéndole que despertara.

Aguantando el vómito, subimos al área de espera. Más tarde sabríamos que no fue oficial esta visita, por lo que mis tíos tuvieron que bajar a reconocer el cuerpo, algo que queríamos evitar.

Los dos días siguientes pasaron en un parpadeo. La velación en la funeraria, el cortejo fúnebre, el entierro y la posterior cena y plática, todo fue un suspiro.

Es la muerte una cosa extraña, que pese al dolor que provoca, de cierta forma te vuelve insensible e hipersensible al mismo tiempo...

5 comentarios:

El doc. dijo...

Que bueno que estuviste ahí. Uno de mis grandes remordimientos es no haber estado ahí para despedirme de mi abuela en su momento.

Es algo que no se vuelve a recuperar.

casacelis dijo...

Lei con gran atención tu post y vi cada momento en mi mente. me conmovió.

Pero, aunque para realmente sentirlo se debe estar en tus zapatos, debo decirlo: imagino como te sentiste y quiero captar las últimas líneas del post.

La muerte es muy extraña. Además, en un ambiente que se vuelve sumamente denso para mi gusto.

Un abrazo.

protaro dijo...

entiendo todo lo que pasaste... sabes que pase por algo similar hace poco.

espero que pues... todo este bien y tienes razon, uno se des sensibiliza e hipersensibiliza cn estas cosas.

Nadia dijo...

ahy el pesamee un abachote ya regrese de vacaciones

Diego dijo...

hola interesante blog
sigue asi
pasa al mio
adios